13 de marzo de 2014

La Iglesia por dentro: Confesionario y reclinatorios

Estamos en Cuaresma... aunque ya a pocos les importe o incluso lo sepan. Pero hace unos años era una época bien marcada por los curas que intensificaban su gusto por el sacrificio, la confesión y el amedrentamiento. En esos días se hacían “confesiones generales”, como cuenta en su blog el profesor Pérez Mencía: Eran días en los que casi todo giraba en torno a la iglesia y era el momento apropiado para que los fieles cumpliesen con la ley eclesiástica obligatoria de “confesar y comulgar una vez al año y, a ser posible por Pascua Florida.

Para estas confesiones generales se producía toda una movilización sacerdotal: al párroco del pueblo se sumaban los de los pueblos de alrededor (entonces había uno en cada localidad, no como ahora que un solo cura cubre doce o quince pueblos) o los religiosos que habían dado “las misiones”.

Alberto Alonso que, como sus hermanos, fue monaguillo de Don Ezequiel, recordaba aquellos tiempos: “Ponían un día de confesión, el sábado y los monaguillos teníamos que coger el nombre de los que no iban a confesar”. Si no se cumplía con la confesión a la persona le caía una multa, generalmente en especie para el cura, o se le ponían pegas no poder apadrinar a un niño.




En ese momento el protagonismo era para los confesionarios, esa pequeña cabina en la que el sacerdote escucha los pecados de cada persona, le da la penitencia y le absuelve de todos sus pecados.




Del protagonismo que tenían los confesionarios en esos días se ha pasado a que sea un objeto casi en desuso que encontramos en un rincón del templo. El de la Iglesia de Ayoó está a la derecha de la puerta de entrada, y está flanqueado por dos reclinatorios.


El reclinatorio, la silla baja para arrodillarse en la que se ponía el confesante. Antaño, había familias que tenían sus propios reclinatorios y se acercaban con ellos a la misa del domingo o al rosario. 
También los niños, en sus comuniones, adornaban los reclinatorios con sábanas y flores. 
Ahora se usan en algunas celebraciones, como en Semana Santa, cuando se pone un altar dedicado al Santísimo en un lateral del templo.



Pero como otras muchas costumbres ligadas a la religión, los reclinatorios han ido desapareciendo de la vida cotidiana.

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