6 de diciembre de 2013

Sin reloj

Web de Malva (Zamora).
En los años 40 no había ni para comprar un reloj. La gente se guiaba por la posición del sol, de las estrellas y se movía al ritmo de la naturaleza. Pero no era exacto, claro. Mi padre me cuenta lo que le sucedió a Miguel, un vecino de Torneros de la Valdería, pueblo que está como a 4 km de Castrocontrigo, conocido de mi abuelo Teófilo.

Decidió Miguel venir a Ayoó a vender castañas. No tenía reloj, ni despertador, así que pensó dormir y madrugar para venir por el monte, por la Chana, y llegar temprano. Se acostó y cuando le pareció que había dormido bien, se levantó, ensilló la yegua, le puso el fardel de castañas y se encaminó al pueblo. Pero se ve que no había echado más que un sueñín y llegó en plena noche -otoño haci ael invierno, noches largas, días cortos- y al ver que no amanecía no sabía que hacer. Se acercó a la casa de mis abuelos, dejó las castañas en la piedra de majar el lino que había junto a la puerta, la yegua la amarró a la herradura que había en la entera de la puerta y él ahí, a aguntar el frío, arriba y abajo por la cuesta que está junto a la casa.

Mi abuelo, que era de sueño ligero, se despertó al oír los pasos y pensó que podía ser un ladrón. Avisó a mi abuela y salió de la casa amenazando “alto, quien anda ahí” -amenazando con la cachava porque nunca tuvo escopeta en casa.- Y el de Torneros le contestó “quieto, Teófilo, que soy Miguel, que vengo a vender castañas y no sabía la hora y he venido demasiado pronto. No te he llamado porque no quería molestar y estaba aquí, esperando que se hiciera de día”. Mi abuelo ya le dejó pasar a la casa, recogió la yegua, le hizo lumbre y acogió al pobre hombre al que la falta de reloj le jugó una mala pasada.

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