18 de enero de 2013

"Si no aguanta una broma que se vaya del pueblo..."


Broma buena la que le gastamos al Antolín el día su boda... Cogimos a la novia, se la tiramos al río y al Antolín le metimos una mula en la habitación y hasta que no se hizo de día no se dio cuenta. Y a la mañana siguiente decía, no, ya le notaba pelusa en el hocico... pués anda que no se nota ja ja, menuda diferencia, en el tamaño los díentes y como le dijimos todos.. y el rabo qué? No, pensé que era una trenza... Donde mejor lo pasamos es en las bodas... cuando se casó el Eulogio le tapamos todas las ventans con barro. Se levantaba y decía, todavía es de noche, a dormir otra vez... siete meses acostao!!!!


Este es uno de los monólogos de Miguel Gila que más me gustan (y con el que me sigo riendo a carcajadas), con esas gloriosas frases de “me habéis dejao sin hijo pero me he reído” y el “si no aguanta una broma que se vaya del pueblo”... Pues en Ayoó, no os creáis, parecido a lo que cuenta Gila. Estas son algunas de las anécdotas que me ha recordado mi padre...


A los novios se les “colgaba”: se ponía una cuerda por una viga y se ataba con ella a los novios, que eran izados hasta que prometiesen pagar el chocolate de la mañana. También se les llevaba en un carro y se les daba vueltas por el pueblo para hacer juerga. A veces se les ponía hasta el collarón o el yugo para sacarles de paseo, lo que solía hacerse en la víspera de los esponsales.


Los novios tenían que pasar su noche de bodas en un lugar escondido porque los quintos les buscaban para darles la tabarra e incluso intentaban separar a los recién casados.


Cuando se casaron Ezequiel y Angelina -recuerda mi padre, primo carnal de la novia-, que se casaron con otro pareja, no recuerdo quienes, fueron a pasar la noche a una casa y como estaban los mozos, salieron por la huerta y al final terminaron en nuestra casa. Recuerdo que yo era un rapacín y abuelo me sacó de la cama para hacer sitio a los nuevos casados...”


Cuando se casaron Emilia y Lucas hicieron la boda en la casa que está arriba, en la calle del Ayuntamiento. Pusieron allí un carro para que tocasen Benino y los músicos. Fuimos los mozos y cogimos el carro y lo tiramos calle abajo, le dimos la vuelta, lo de bajo p'arriba y lo echamos al reguero (que pasaba por la mitad de la calle Negrillos). Después, la Ti Severiana (madre de Emilia) se enfadó, dijo que le habíamos roto la bracera y que tuvo que arreglarlo y decía “eso ha sido solo por envidia, que la mi Emilia no les quiso a ellos...”


A Andrés Conejo y María les cogieron el palo de la esquina de la puerta, el que sujeta la hoja que no se abre y por bajo hay una tabla que va debajo de una puerta, la que se suele sujetar con una piedra en el medio. Se lo llevamos a la huerta y se la quemamos. Y Andrés el de Felicísima quería hasta robar los cohetes de la boda, pero no le dejamos...”


A los que éramos quintos pero no estábamos invitados, a los chavalicos, nos tenían que poner el cántaro de vino y una fuente de carne y otra de pulpo y nos convidaban en el portal de la casa de los novios. Pués en una boda no nos pusieron nada, el vino y poco y nada de comer y nos enfadamos, empezamos a protestar, a sacarle cantares, y como no nos sacaban nada, le metimos abono en el cántaro de vino”.

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