14 de enero de 2010

Historias de la mili: La comida


Un día estaba en la cama, en el cuartel, y fue uno de Villarín y me dijo “mira, Carbajo (1), no tengo ni paquete, ni perras ni nada y tengo un hambre que me caigo, sé que tú sueles tener paquete, a ver si me puedes dar algo para comer, que no aguanto”. Y fui hasta la taquilla, que sí, que tenía un paquete que me habían mandado y le di un trozo de tocino. Se lo comió con unas ganas y un agradecimiento que para qué... al cabo de los días, ahí vino el hombre, con medio queso que me traía a cambio de haberle calmado el hambre aquel día... Por cierto, no se podía tener jamón en la taquilla, si se enteraban, capaces eran de arrancártela para quitártelo...

Otro caso parecido me pasó con un asturiano llamado Espina, Secundino Díaz Espina y me dijo “Carbajo, que tengo un hambre que me muero y sé que tú tienes comida”. Le di y luego él estuvo destinado en la cocina y me llevó un par de chorizos frescos que cuando pudimos y de forma discreta, fuimos a asar a una campa. Y cuando me veía siempre decía, “este Carbajo, que quita el hambre oh!”.

(1) En la mili te decían, al pasar revista, el nombre y el apellido y tú tenías que contestar con el segundo. Por ejemplo, gritaban Antonio Riesco y yo decía, Carbajo. Y al final, todo el mundo se llamaba y se conocía por el segundo apellido.

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